A un año de la guerra en Ucrania

Desde abril pasado, no hay diálogo directo entre Ucrania y Rusia. La guerra profundizó la confrontación entre EEUU y China y reavivó las políticas belicistas en todo el mundo.

En la madrugada del 24 de febrero de 2022 las primeras bombas rusas cayeron sobre el territorio de Ucrania.

Minutos antes de que comenzara la invasión, el presidente ruso anunció que había autorizado una «operación militar especial» para «desnazificar y desmilitarizar Ucrania» y en contra de los que habían maltratado y cometido crímenes contra civiles en las provincias orientales de Donetsk y Lugansk, las dos regiones en donde milicias pro rusas se habían levantado en armas en 2014 y, tras pedir sin éxito que Moscú las anexe -como había hecho con la península de Crimea, en el Sur-, habían librado una guerra separatista con las Fuerzas Armadas ucranianas. Pasaron ocho años, un sinfín de crímenes -por parte de ambos bandos, según la ONU- y, al calor del conflicto, los sucesivos Gobiernos ucranianos avanzaron sobre la población ruso parlante, en general, y la oposición que pedía repensar el quiebre con Rusia, en particular.

En las primeras semanas, el avance de las fuerzas rusas fue rápido y eficaz. Aún si Moscú nunca movilizó completamente su poderío militar, la asimetría con su vecino es tal que nadie confiaba en que los ucranianos pudieran evitar que el país y, principalmente, la capital, cayeran. Lo reconoció el mismo presidente de Estados Unidos, Joe Biden, en su reciente visita sorpresa a Kiev. A finales de marzo, tras un incipiente diálogo entre enviados de Rusia y Ucrania, Putin decidió poner fin a su asedio a Kiev y retiró a sus tropas de los suburbios, la primera retirada rusa del conflicto.

Pero lo que primero se vio como un gesto de buena voluntad terminó siendo el punto de partida para una profundización del conflicto que nunca paró. Con el repliegue de los soldados rusos, aparecieron cadáveres y todo tipo de evidencia de crímenes de guerra en los pueblos y localidades que habían estado ocupadas, especialmente Bucha. El Gobierno ruso denunció un «montaje» y el ucraniano mostró las fosas comunes y los cuerpos tirados en las calles y patios de las casas, mientras que la prensa internacional difundió las escalofriantes denuncias de aquellos que vivieron bajo la ocupación extranjera. El diálogo se rompió y nunca se retomó. Por el contrario, las posiciones, de ambos bandos, y también de sus aliados externos, se extremaron.

La ayuda militar, económica y de inteligencia de, principalmente, Estados Unidos al Gobierno ucraniano creció exponencialmente desde este punto y la guerra entró en la etapa de desgaste de todos los conflictos armados de largo aliento. Tras las imágenes de los muertos en Bucha, el dramático asedio posterior a la ciudad portuaria de Mariupol y con la certeza de que el Gobierno de Putin no se derrumbaría ante la presión externa ni ante una presión interna que nunca llegó, el frente de potencias occidentales cerró filas y, gradualmente, fueron accediendo a todos los pedidos de ayuda de Ucrania, excepto intervenir de manera directa, por ejemplo, con una zona de exclusión aérea. Y cuanto más explícito y central se volvía el rol de los aliados, más argumentos ganaba Rusia para redefinir el conflicto como una guerra contra la OTAN, la alianza militar que hace tiempo dejó atrás los acuerdos de la posguerra fría y avanzó hacia las fronteras rusas. 

En solo unos meses, Zelensky pasó de ser un presidente excéntrico que se había hecho conocido por su personaje de televisión al símbolo que las potencias occidentales adoptaron frente a su confrontación con Rusia. Desde el inicio de la guerra, el ucraniano cultivó cuidadosamente esa imagen: videos de él y sus guardaespaldas vestidos de estricto verde militar caminando por Kiev a oscuras los mismos días del asedio, encendidos discursos que describían la lucha en Ucrania como una lucha mundial por la libertad y comparaba la resistencia ucraniana con la que enfrentó al nazismo o a la extinta Unión Soviética.

Pero nada alimentó su imagen de líder como el sufrimiento que está viviendo su país. Según la ONU, tras 12 meses de bombardeos y combates, al menos 7.000 civiles han muerto. En realidad, como suele suceder en toda guerra, se trata de una cifra muy conservadora ya que es muy peligroso y difícil estar en todos los frentes de batalla para confirmar todas las víctimas de los constantes ataques. Lo que sí se hizo más visible fue la cantidad de personas que tuvieron que escapar y dejar todo lo que tenían detrás. La ONU estimó que alrededor de seis millones de ucranianos escaparon fuera del país y se fueron principalmente a los países vecinos europeos que los recibieron con abrazos abiertos, mientras que un número similar abandonó su casa pero buscó refugio dentro del mismo territorio. 

Esto significa que más de un cuarto de la población que tenía Ucrania antes de la guerra perdió casi todo.

Fuente: El Destape

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