Reabrió la Confitería del Molino para homenajear a quienes hicieron su historia

Del Molino, inaugurada en 1905, fue más que la histórica confitería ubicada frente al edificio del Congreso Nacional. Representó un lugar de encuentros, de primeras citas entre los aromas del café tostado recién servido. Significó un espacio donde los mozos engalanados de saco blanco y moño negro comenzaban a ser cómplices de los frecuentes comensales con los que compartieron penurias cuando, en 1997, cerró sus puertas.

Tras el cumplimiento del procedimiento expropiatorio iniciado por Ley 27.009, aprobada en 2014, se transfirió el tradicional edificio porteño al Congreso de la Nación y la Comisión Administradora del Edificio del Molino, creada por esa ley, tomó posesión en julio del 2018. Así comenzó una serie de tareas de recuperación de este ícono del estilo Art Nouveau, declarado Monumento Histórico Nacional y que para la alegría de muchos volvió a abrir puertas hace unos días para homenajear a quienes hicieron su historia. Allí estuvieron los familiares de aquellos hacederos y ex empleados.

También asistió Liliana Cerruti, hija de Gino Cerruti, un pastelero italiano que trabajó en Del Molino hasta 1974. Gino era quien tenía la receta del famoso pan dulce de la confitería y ella es quien la guarda celosa.

No quedaron exentos del homenaje los Gianotti, la familia de Francisco Gianotti, el arquitecto que construyó el Edificio del Molino. Clara, su bisnieta, se contactó en 2018 por Instagram con quienes están al frente de la Confitería para pedir que su familia pueda volver a recorrer el edificio y allí llegaron junto a sus hermanos y su padre Cesar, nieto del destacado arquitecto.

Horacio Andón es el nieto de Ramón Tejo y quien donó al edificio las nostálgicas postales que envió el propio Cayetano Brenna a su abuelo, quien se desempeñó como mozo y capataz en la confitería entre los años 1919 y 1935.

En representación de su abuelo Juan Bautista Brignole, inmigrante genovés y unos de los primeros maestros pasteleros de la Confitería hasta 1919, estuvo Héctor Brignole, dueño de la Panadería El Progreso, que compartió con la comisión el mítico recetario de su abuelo donde tenía los postres más destacados del Molino.

Al irse de El Molino, Brignole abrió su propia la confitería que se convirtió en otro de los lugares emblemático de la Ciudad. Por allí pasaron clientes como Mario Clavell, Fioravanti y Jorge Luis Borges.

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